Pésimo alumno de Don Alberto y la Quique...

miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL GERMEN DE BAVIERA

-                     Si bien vos podrás decir, que siempre, más allá de todo y de todos, seré el único y gran amor de tu vida, no suena creíble. Y no porque mientas, porque sé bien que no sos de mucho faltar a la verdad, salvo en esas ocasiones que nos embebemos de personas normales, de seres humanos, tan perfectamente limitados en el plano de las ideas como en el de la acción.
-                     Sé que tal vez me amaste como a nadie, o como nunca volverás a amar. Y si no lloras, no es porque no lo sientas, porque muchas veces una novela, de las más cursis y exasperantes, te logra sacar una lágrima, pero las situaciones que nos flagelan por dentro, algunas veces o muchas, no, simplemente no nos permiten dejarnos a ese símbolo de la tristeza extrema.
-                     Tal vez pudo ser algo imperfectamente nuestro, pero al  fin de cuentas solo  fue algo perfectamente  que pudo ser y no fue.
-                     Las culpas fueron de todos, de nadie, más mías que tuyas y por seguro que hoy a la distancia, desde tu óptica, más tuyas que mías, es decir de nadie, del destino, espectro errante y superior que no sabe de cruces, ni de sueños, sólo de juicios a la imagen y semejanza de la mayoría de todos nosotros, réplica perfecta de un Dios vengativo, extremo y desalmado, que no juega  a los dados para algunos, pero define la vida de otros siempre en manos de truco inconclusas.
El hombre se mantenía impertérrito, perdido en unos ojos que con una dificultad de comprensión del devenir de los tiempos sintió en algún momento, fueron suyos. Como si la propiedad existiera más que en esas discusiones de materia, sin abstracciones posibles que nos emparienten con esos 21 gramos  de los  que aún, no del todo, hemos podido dar cuenta.
Del otro lado, cortando toda posibilidad del horizonte eterno, una mujer lo mira, lo estudia, sigue cada zigzagueo del camino que dibujan sus palabras y analiza cada signo que se desbarata a cada paso de ese cuerpo que parece que es corto en distancia y tiempo para poder sostener un discurso que nos parece ajeno, hasta que llega el momento de hacerlo nuestro y declamarlo como si esa fuera la única razón posible para validar nuestra existencia.
Un narrador omnisciente sordo sólo podría dar cuenta de dos cuerpos enfrentados a cada punta de una mesa. Papeles y miradas. Labios en movimientos asimétricos y gestos que acompañan el danzar de estas cintas enrojecidas de tanto hacer del mundo un lugar más complejo que un lugar donde sólo se permita el tránsito, la existencia sin comillas y sin objeciones
-                     Recuerdo como si fuera hoy aquella noche que partiste de mi vida, más allá de que estuvieras a mi lado llorando. Rememoro cada segundo y no puedo dejar de hacerme preguntas, todas las cuales tienen casi las mismas respuestas pero aún así,  no me puedo dejar de hacérmelas una y otra vez. Un altillo, una cama para que esté sólo con mis pensamientos y vos abajo, en los patios, las habitaciones sin estar, hasta que decidiste que era momento de aparecer ante mí y decirme que no podíamos seguir de esa manera y que si bien me amabas tenías que dejar ese espacio, hasta que la vida nos regalara una nueva oportunidad.
 - Te sostuviste un par de segundos en mi mirada y volviste por esas lágrimas que te ayudaban en gran parte a relatar todo lo que nos iba a suceder, o mejor dicho, lo que tenías pensado para mí. Tenía que dejar el altillo, el patio, las habitaciones para que ambos pudiéramos pensar.
-                     Tu cara, la misma que me enamoró desde la primera vez que te vi, a pesar de ese baño incesante se veía tan bella como de costumbre y eso que era de noche y solo nos acompañaba la penumbra que se alimentaba de la luna por ser de noche que estaba en todas partes pero que se colaba por una ventana para que supiéramos, erróneamente porque ya lo era de esa manera, que estábamos ahí.
-                     Me lo pediste una y otra vez, mientras sólo me dedicaba a escuchar. Me comprometiste más de dos veces a reconsiderar, me hiciste prometer con un juramento infinito que este adiós prematuro no implicaría para mí un hasta siempre definitivo.
-                     No te miré, lloré, tal vez lloré si bien ahora no llega con claridad a mi memoria, y dije lo que políticamente tendría que ser lo más correcto.
-                     Me acerqué, te abracé y te acompañé en ese último trayecto que íbamos a caminar juntos, porque ambos sabíamos que cuando cruzara la puerta más allá de que el viento nos atravesara en algún vuelo ocasional, ya nunca jamás me permitiría cruzar más que algunas palabras insensatas en profundidad porque en ese momento te habías ido para siempre, y no por lo dicho, por tus gestos y por todo lo que eso implica, sino porque en ese momento hablaste más allá de la ira, del odio y del resentimiento, me hablaste con el corazón y sabías, interiormente sabías, que eternamente seguiría pensando que te amo, como lo hago, pero me escaparía de esa realidad y de esa manera permanecería hasta mi atardecer, que por seguro no sería hoy ni mañana pero ya no permitiría que nos encontrara  juntos.
Cuando terminó de salir de él esa cantata sentida, sus ojos inmersos en cristales decían más que todo lo escuchado. Como con vergüenza, simulando un ardor en la mirada se restregó hasta que la posibilidad de agua se apagara en sus manos.
La dama, ese juez de ocasión, sin quitarle la atención, no sonrió, no lloró, ni tan siquiera le dejó enterarse por largos segundos lo que le estaba sucediendo.
De pronto, y en forma inesperada pero firme pero con una lentitud precavida extendió su mano hacia su estado de perturbación tangible.
Antes de que reaccionara, esperando algo más, la observa detenerse, tomar el papel que está sobre la mesa y llevarlo delante de ella, acomodarlo y a sabiendas que él mismo llegó a su destino final para esa ocasión, le deja oír:
-                     Está bien, cualquier cosa lo llamamos, la producción tiene su teléfono.
Se levanta y la mira con sus ojos aún repletos de sentimientos y le extiende la mano.
Se dan un suave apretón  como cerrando un negocio, que está demás aclarar, jamás será concretado.
Ella termina de incorporarse, mientras él se pone la campera y le realiza un comentario aleatorio acompañado de una broma intrascendente que no hace más que reafirmar de una manera casi perfecta la retirada que reafirma el protocolo.
Camina y deja atrás la oficina y también una escalera que lo deja en la planta baja.
Se detiene y siente còmo a sus espaldas se cierra un telón que en ningún tiempo pudo ni podrá llegar abrirse, a tal vez al menos, no en esa ocasión.
Se pone los guantes, acomoda su bufanda y al llegar al portal de entrada ve cómo lentamente un nuevo y constante telón se abre delante de su golpeada mirada.
Al llegar a la calle ve como en escena se mueven autos, se escuchan bocinazos, y mira como una mujer de la mano de un  chiquito de no más de tres años le marca con una seña algo que por seguro es más que maravilloso porque la criatura se espanta de felicidad y le devuelve una sonrisa.
En la esquina a algunos metros un vendedor ambulante le da cuerda a un pequeño mono que baila para que nadie le preste atención, mientras el semáforo deja a las claras que los vehículos tendrán una estancia momentánea mientras los transeúntes comienzan a cruzar la calle para dejar en el olvido a esa esquina.
Baja del umbral, se prende un cigarrillo y mientras soporta los primeros enviones del viento de agosto, el humo penetra hasta sus pulmones.
Se encoge de hombros, y sin esperar aplausos comienza  a caminar.
 Este invierno seguro es como todos piensa, pero siempre el que más se sufre, no es el que se recuerde sino el presente el que se sufre, se siente y se puede maldecir, más allá que jamás será una de las peores calamidades que le cueste y nos cueste a todos vivir.
El punto final dispara en espejo a la pantalla una nueva mujer.  Perfecta, antes sus imperfecciones reales, dejando de lado la perfección irreal de la otra y el otro que se dibujaba sobre su mirada y se desmentían hasta hacia un par de segundos de sus yemas.
Mira nuevamente cada palabra, cada párrafo, cada signo que le permitió poder intentar transmitir esas sensaciones tan alejadas de lo que cualquier escritor jamás logrará plasmar jamás.
Es una estafa al lector, dirá algún líder de opinión y tal vez puede que lo repita por qué no, la llamada opinión pública.
Levanta sus brazos muy lentamente mientras un bostezo se escapa medido, sentido, seductoramente disfrutado de su interior.
Pueda que sea cierto, aunque lo considera poco probable.
Entonces, en ese entonces único, deja que pasen por su boca y se desprendan mansamente de sus labios palabras desprendidas de sonidos. Cada frase es parte de un recitado que aún le llama a revolucionar las ganas, un recitado que después nos invita hasta la eternidad a seguir  soñando con serpientes.
Sabe que esta vez está muerta, pero pronto aparecerá una mayor.
Sabe que por seguro no será aceptado y por sobre todas las cosas, duramente criticado.
Pero también sabe, que en la biblioteca atesora la razón de tantas peleas, el germen de Baviera, una certeza entre las pocas de que “El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”.

jueves, 29 de septiembre de 2011

EL SÍ, EL TERROR Y TAMBIÉN EL VIENTO.

Más distante en el tiempo que los suspiros, un barco supo hacerse a las aguas.
Más distante en el tiempo que los suspiros de los dioses, un barco, naufragó.
A la maraña de maderas destazadas contra la piedras de la costa, sólo Tierras Mágicas.
Lastimados mucho más que en sus cuerpos cumplido el lapso de varias caídas del dueto de soles  sobre el horizonte, y con la falta de sustento como única verdad, uno comenzó a mostrarse más extraño de lo acostumbrado para un hombre de no pocas cumbres.
 Primero sus manos, luego sus brazos, hasta terminar cubriendo su cuerpo con vientos, con estruendosos aullidos.
Tras la separación y superado el paso de varias lunas, la bestia y sus cambios aparentes.
El último temió la posibilidad de ver escapar su espíritu más allá de sus labios, al ver en su lugar su propia estatura.
Intentó por todos los medios escapar de esas garras acechantes sin dañarlo; dentro de la cosa habitada. Pero sus intentos se fueron apagando en lo vano; tuvo que beber del mágico elixir de sus ancestros y así, con las nuevas alas, emprendió rasante vuelo hacia el dueto, mientras un rayo de la Verdad de los Viejos Amos se deshacía en el rojo pecho de la bestia.
Cuando el elixir abandonó su ser y las alas partieron con la magia, sólo estupor y un cúmulo de cenizas conjugados con la tristeza por la pérdida.
El viento no se dibujó en cenizas, ya que las lágrimas del sobreviviente las habían afianzado al terreno entre súplicas a los dioses por la vida que aún no debería partir.
En medio del trayecto de los soles, las cenizas desaparecieron, y el que aún sentía, ante sus ojos se vio corporizarse, y a sus espaldas, fruto de la magia que no había decidido partir, apareció, más allá del poniente, en la costa, un barco de los duros hombres del Norte.
Más distante en el tiempo que los suspiros de los dioses, tras perder  tantas olas, llegaron a su tierra sanos y salvos.
Más distante en el tiempo que los supiros de los dioses, se miraron y, abandonando las palabras, sólo en miradas, se prometieron nunca más hacerse a las aguas.
Después sólo la leyenda inconclusa y mil veces recordada, de tiempos imposibles, en la cual sólo un hombre supo viajar más allá de sí junto a su miedo para poder palpar sueños.

lunes, 19 de septiembre de 2011

EL MONTACARGAS

El dueño del tiempo que precede a la magneficiencia de los crepúsculos, se lo había apoderado una vez más.
Su vida acaparada por males conscientes tomaba forma a la nada para seguir existiendo, un día mas en el sin sentido.
Lo de ser policía despojado de placa lo ponía un poco más a distancia de de lo que era. Los como él lo repudiaban, pero debían sobre llevar su presencia por la lógica costumbre de intentar llevarse las sobras del gran paquete para sustentar sus mesas.
Tomó lista, se apoderó en sus pupilas las formas para que se correspondiesen con esas carrasposas voces, y con las parejas mentalmente armadas la tilde premiaba la posibilidad de un día más de salario.
Las tildes se sucedían hasta la presencia inevitable del asco de cada día  de sentir una vez la sensación de lo distinto. Si por el fuese lo distinto debía estar contenido lejos donde nadie lo padeciese. Esa voz, esa figura tan desestabilizante lo lograban colocar de tan mal humor y de estupor como el tenebroso y desvencijado montacargas que solía acompañarlo a él y a los otros por los distintos niveles que conformaban el sueño de todo ser encunado en lo urbano.
Salvador lo llamaban sus compañeros ya que el solo se le dirigía con señas o monosílabos para marcar aún más sus diferentes condiciones de subalternidad y porque nunca había guardado reparos en hacerle vivenciar su desprecio por sentirlo cerca. Pero como su labor de ayudante de capataz no le permitía más que inciertas y pocas manifestaciones lo soportaba, como soportaba el día a día dentro o fuera de esa terrible maza de metal que se movía en forma ascendente y descendente.
La obra no sobreviviría a un nuevo invierno, para la llegada del otoño venidero gran cantidad de familias ocuparían esos lugares y mirarían cada mañana al levantarse el mismo rió e islas sobre la costa vecina que se daba a sus ojos cada tarde cuando llegaba a trabajar antes de la caída del sol.
Ese tal Salvador con el tono despectivo que utilizaba cuando debía referírsele a este, pronto dejaría de molestarlo con su presencia ya que cuando se acabaran los trabajos de formación gruesa recomendaría a los de arriba de manera especial que lo dejaran cesante de la posibilidad de estar presente en la etapa de terminaciones. Ya que  no podría librarse del montacargas por lo menos alegraba sus oscuros transcurrires con la posibilidad de matar de su vida a ese pobre infeliz que a ciencia cierta nunca la había hecho nada que lo ofendiese o mucho menos.
Tras las tildes, como cataratas fueron descendiendo entre los pisos en busca tal vez, como solía pensarlo, de sus gordas y sudorosas mujeres o de ese vino barato que los atrofiaba con un segundo mas de  sus pequeñas vidas.
Guardo los papeles como quien guarda los escritos que verifican la luz de una pluma pariendo manchas. No podía pensarse ni por un segundo tan burocrático ni tan subalterno ya que la subalternidad con los años se le habían vuelto de un azul profundo.
Cuando se uniformo de persona para engañar como cada amanecer a sus congéneres y ganar la calle tomo conciencia de que las cosas no se estaban sucediendo como de costumbre. El montacargas estaba abierto para cobijarlo dentro de sus deterioradas fauces y a un lado de este con una sonrisa Salvador con  un bolso en el hombro y una mano que lo invitaba a descender  lo esperaba como con una descarada impaciencia.
Cuando las puertas se cerraron y la caja comenzó a recorrer el camino que lo emparentaría con el suelo en unos largos e inalcanzables minutos para sus sentires, se hizo la señal de la cruz sobre su pecho. Mientras tanto Salvador a sus espaldas no permitía que se perdiese por un segundo su profunda sonrisa.
La caída lenta proseguía con el sonido de las voces que han decidido ocupar lugares mas gratos a la inevitable estupides de disparar vocablos para no decir nada.
De pronto un frió lo comenzó a llenar de un invierno interno, mientras sus ojos que comenzaban a pestañar mas de lo acostumbrando debido que desde sus laterales veían a Salvador escurrirse de un punto a otro hasta alcanzar el punto central da a sus espaldas que le negaban toda visión.
No alcanzo a dirigir sonido, para cuando sus pensamientos se fundieron en palabras el montacargas dijo vasta a mitad del camino.
Salvador sonrió, y no dejo de sonreír hasta que la abandonó por una resonante carcajada. Arrojó el bolso desde esas alturas, se comenzó a friccionar los brazos con fuerza mientras hablaba de lo larga y fría que seria lo que quedaba de la noche hasta el amanecer y luego tras rodearlo clavo sus ojos en los suyos.
Su mirada cambiaba a cada instante, como  si pudiese leer su mente. Escultaba lo vivido por ambos como si le llegara de la mano de los resultados de un escriba divino, cada reproche, cada gesto, cada palabra, cada mirada de desprecio que le habia regalado con su nombre. Lo miro nuevamente fijamente y se le abalanzó con todas sus fuerzas mientras se propulsaba con una carcajada aun más resonante que lo engrandecía milímetro a milímetro en relación a su persona.
Al despertarse estaba como todo entumecido y todo se pensaba a sus ojos y los de sus congéneres que lo rodeaban en blanco. Por lo visto alguien lo había encontrado y al verlo en mal estado lo había conducido al hospital.
Era tanto el dolor que lo acompañaba que no tardó un segundo en pedir por un médico y a este por un policía para poder explicar que le había pasado y denunciar a Salvador.
Tras repetir, una y mil veces su historia y sin parientes que se acercaran, la terminaron alojando dentro de uno de los pabellones para esquizofrénicos por pedido de médicos que lo habían tratado desde su internación.
No le dolía el alma porque hacia años había decidido abandonarla, le dolía saberse frente al Psiquiatra una y otra vez contando la misma historia y que el mismo le repitiese tan veces como lo intentase que no existía ni había existido ningún Salvador en la obra, que la construcción había sido terminada hacia poco menos de veinte años y que ella nunca hubiese podido ser parte de esta ya que en esos días nunca hubieran contratado a una mujer para ese tipo de trabajo.

lunes, 5 de septiembre de 2011

ESPACIOS

Lo rojo innegable, incapacitado de decir otra verdad que la literalidad teñida en revelación incuestionable.
Abajo, al costado, el todo que lo rodea y más allá las ráfagas de luz como puñales que golpean sobre las paredes a la salud de las cegueras de sus ojos. Lo rojo, la cercanía y empezar a sentir y a tratar de evitar lo inevitable.
El final anunciado proyecta como cataratas a su memoria toda la información acarreada durante generaciones y generaciones.
Al sentir la cercanía en rojo, no pudo dejar de pensar ni por un segundo en toda esa información legada de sus ancestros que inevitablemente caería como árbol en el bosque. Después una vez más la desesperación ante el abrazado de la nada, que se apodera del mí y de todos los espacios, como el fuego al manuscrito.
La memoria que vuela y los recuerdos del ayer se hacen presente. Miles de historias relatos y leyendas se proyectaron en retrospectiva en su cabeza y en esos sintió las distintas eras de su pueblo: la era de los grandes verdes donde el rojo se erguía más allá del piso y se brindaba como tal con sus peligros y bondades, luego precedida por la era de la lluvia blanca donde la muerte se vistió de cotidiano y lo rojo se llevó a muchos de los suyos y por último la era de los espacios acotados donde el rojo ya yace dentro de paredes que emulan al sol.
Al tener lo rojo tan cerca lo inevitable se volvió como predecible. Entonces por un segundo abandonó todo pensamiento para darse al recuerdo de los suyos.
Lo rojo y el brillo conformaron un todo, otorgándole la certeza que para el y sus compañeros seguro no habría un mañana. Luego lo rojo, después el ya no sentir nada más.

Cuando la mujer enderezó la lata volcada no se percató que dentro de ésta habían quedado prisionera junto a los tomates un grupo de hormigas, tampoco lo tuvo en cuenta cuando volcó el contenido dentro de una sartén mientras cocinaba para su familia.
No paraba de observar la sartén y para sus adentros pensaba de cuánta mentira y de cuánta certeza se conforma su hoy.
En un segundo su memoria se evadió a su niñez, y se alojó en la chacra de su abuelo donde todo resultaba extrema amplitud y tan natural que inclusive los tomates resultaban de una certidumbre inaudita.
Era increíble cuanto había cambiado todo, como lo amplio había perecido al reinado de lo acotado.
Si bien esos recuerdos no la entristecían le dejaban un sabor amargo. Sirvió la mesa para poder escapar de la situación pero la tristeza comenzó a rozar su rostro. Miró a sus hijos y de pronto esa tristeza la abandonó y sin dejar de pensar en espacios pasados y presentes se sonrió sabiendo lo mucho, lo tanto, lo invaluable…
Espacios futuros, espacios que vendrán.

martes, 30 de agosto de 2011

DESTELLOS DE UNA MIRADA INCONCLUSA

El después, sólo reunir lo poco, que entre las sombras, es lo mucho para volver a intentar una suerte de victoria una vez.
La escuela fue la suma de notas no tan malas, lo no bueno fueron esas trompadas provocadas contra todo aquello que le permitiera dejarme escapar de un aula en otra, de una institución en institución, hasta que el octavo le dijo basta, y el timón se agotó entre tormentas con olor a cigarros, poxi, pastillas y parches que se dejaron ver por debajo de mares oscuros de solución.
La vida en ojos de los que se viven entre bolsitas y  se juegan en falshes que suelen terminar con una tentativa de robo, como si la violencia tuviera carácter instituido de siempre volver eternamente a realizar todo eso que te pierde en la nada  una vez más.
El proselitismo de comisarías, como tarea nueva realizar, y ese ojo que nunca se debe cerrar, por miedo a todo lo que más por seguro en esos lugares te puedan alcanzar.
Peor fin se acertó, una vez, para dolor de una vista ahora si literalmente lastimada. Dicen que fue en una tarima, y con una punta de un cepillo, lo real es que la vista se le fue un tanto más. Un poco más lejos de los recuerdos de un padre laburando en una fábrica de milanesas de soja y de una vieja que sólo se entretiene entre mates, para volver a trabajar una y otra vez sin parar.
Se roba porque se quiere tener lo mismo o lo mínimo que tienen los demás, se roba por droga, por caminos cortados, o por esa maldita costumbre que nos lega la calle, que es tomar más de la cuenta, y que lo dejó sin las prácticas de básquet, con los amigos por los vientos  y con un amor que espera rejas afuera, con algo dentro de una panza que si se deja ver por los primeros días de febrero, donde dicen que el vio la luz por primera vez, le permitirá un doble festejo.
Le queda poco en una carrera delictiva, que si deconstruye en un paso a paso, es una suerte de yerros que no acumulan más que la suma de un par de años mal paridos, que no llegan a cuatro pero superan ampliamente los tres.
Sabe que hay un afuera, que el tiempo que perdió ya nadie se lo devolverá, pero sin temor a ser escuchado sueña con un mañana, paredes adentro. Paredes afuera, a corazón abierto, baila que baila el negro murguero que esta fiesta se retraso, pero finalmente todavía le queda más de una comparsa por desfilar y más de un baile por terminar. Con los ojos cerrados, con los ojos curados, que miren sonrisas que dentro de una suma de años le dirán papá, como prólogo de un tiempo que según sus labios quedarán como un pasado, de oídos sordos y no mucho más.

lunes, 22 de agosto de 2011

AMANECE CADA MAÑANA.

Si  la no victoria siempre es vivida como la sombra poco agraciada de la derrota, mirarse vestido de vergüenza, lo avergonzaba más allá de que el contexto pudiese alimentarse de errores constructivos.
Los alientos comenzaron a saberle cargados de verdades absolutas, ante la necedad que había adquirido, fruto de sentirse nuevo en distintas arenas.
Entonces, todos lo miraban con lástima y hacían de él, blanco mediante,  todo lo que les permitiese la recriminación, travestida en análisis afectuoso.
Después, el después; sólo eso. Pero para el que lame barro, todo es marrón, más allá de que su cara haya sido despojada de mil maneras de su cobertor facial de cirscunstancia.
Por eso optó por la rebeldía ante los primeros momentos, sabiendo que, tras esa noche sobrevendría, con la ineludible certeza de que amanece cada mañana, el tormento diario, acuñado en su pasado y convertido en piel de mujer.
Sólo quería libertad, nada más. Lo cívico como salvoconducto a no volver más a ser un hombre de corbata, que se corrompía en el día a día  en juzgados heredados de familia. 
Sólo quería un respiro, nada más. Lo cívico como uno de los últimos trenes, que lo transportaría hacia donde se intenta olvidar el olvido, tratando de recordar a cada paso.
Miró los números una vez más y al percibir la posiblidad de verse completamente imposibilitado, se puso a llorar con lágrimas contrapuestas.
El verdugo de su pasión con senos, senos sin leche, a pesar de la nueva extensión que se había logrado para tomar su corazón como rehén y nada más. Se frotó las garras ante la posibilidad de impactarlo con todas sus fuerzas.
El verdugo con senos, una vez más, puso a brillar su oscuridad potenciada en la lanza del ridículo, por la cual la sangre suele correr con la velocidad que sólo el odio logra concretar.
Caminó, se desmembró, sufrió todo lo que podía sufrir, y a pesar de ello, pidió sufrir un poco más. No dolía el saber que su pasión agonizaba en el patíbulo. Dolía saber la posiblidad de que su extensión, esa misma que había esperado durante años y le había sido negada hasta que dio con la luz, finalmente, debido a un intento de repliegue por su parte, sintiera algún día esta misma vergüenza del hoy que lo conformaba. Tal vez, mañana, al mirarlo como sólo una hija puede mirar a un padre.
Pensó en ese momento, la posibilidad de que tal vez no hubiese verdugo, y que a penas, se había abandonado a la posibilidad de unos locos que lo habían rodeado en sus últimos instantes. Pensó que a veces soñar cuesta demasiado caro, y tomó silencio.
Pensó, y lloró una vez más, hasta cuanto sus lágrimas internas se lo permitieron.
Lo que no pensó, fruto de su cansancio moral, fue que caminar se logra caminando y que, en definitiva, sin saberlo, su no victoria, lo había liberado de su verdadera derrota, y que con la ineludible certeza de que amanece cada mañana, había comenzado a trasuntar un olvidado y denostado sendero. Lugar desde donde la traición ya no se leerá entre líneas, y la muerte psicológica ya no se incribirá entre sábanas.
Sendero que suele llevar solapas de distintos colores y sentidos. Encrucijada de los cuarenta. Conformar a todos y no conformar a nadie. Tarde para sentirse joven...

lunes, 1 de agosto de 2011

PRIMAVERA INVERNAL

Era de noche o eso es al menos lo que recordaba. Le relataba recuerdos entre distancias de segundos de tranquilidad con la vida en parte de pasado, para bien o para mal.
Él, alquimia compleja de experiencias y canas, miró el patio y mientras volvía a recordarse la falta de revoque de unas de las paredes, comenzó a relatar los hechos de esa corta, pero extensa en el tiempo, noche.
El plano que se empezaba a inclinar como con vergüenza intentaba  detenerles la respiración. Caminaban en un número que duplicaba la soledad individual, pero los pasos y la agitación sonaban a escuadrón con sus estandartes en la explanada pronta a la batalla.
La ropa era de esas de siempre, pero de esas de siempre de aquellos días que suelen sonar parecidos a estos, aunque en sabor y calor completamente distintos.
El frío les recordaba que tenían buenos lugares para guarecerse pero muchos otros tantos sufrían como animales casi en la intemperie.
Cuando su mente se colocó de lleno en ese pensamiento, toda duda casi imposible a esas alturas de la circunstancias, se terminó de disipar, tenían que hacer lo necesario.
Aquella compañía lo ponía todo un tanto más fácil, entre lo poco claramente sencillo de lo que se  que se disponía a ocurrir.
Además de ser un buen compañero sin dudas era una sabandija que la vida le había regalado; y que en la lengua castellana se lo llama por lo general, amigo. Si bien sabandija le resultaba mucho más propicio ya que esta palabra sonaba un tanto más campechana y le gustaba ciertamente la sonoridad que desprendía  la misma.
Cuando el inmenso frente se le antojó colocárseles de frente, su sonrisa desapareció debajo de la gran cantidad de ropas que traían para vencer el frío que los jaqueaba.
Se miraron durante largos segundos, en nombre de todo lo que sabían como cierto; tomaron aire prestado del oxígeno popular y tras terminar una cuenta imaginaria que no llegó a tres, se hicieron a las puertas y más allá también.
El lugar no dejaba de ser como lo solía ser en su cada día. Le traía nostalgia el saber cuántas veces había traspasado esa misma puerta por causas diferentes, emparentadas con la misma temática y su hoy, en el tiempo y el llamado de la historia, lo traían otra vez pero con razones fundantes completamente distintas.
Se miraron y al ver los pocos que estaban en el lugar, esperando el milagro de los brujos de la modernidad, sintieron que el tiempo real más allá del tiempo de los relatos los obligaba a perder los miedos y hacer lo que tenían y debían hacer por el bien de ese mundo soñado que se recomenzaba a construir.
Sacaron el revolver y a los gritos, mientras encañonaban a los presentes, soltaron como dagas las palabras que no dejaban la posibilidad a un alguien que inútilmente intentara perder la vida ante una acción intempestiva. Se hicieron del botín y se fueron más allá de las puertas, más acá de los sueños.
A las cuadras, muy cansados y con la bolsa repleta comenzaron a sonreír, mientas la sabandija que lo acompañaba en sudor, sangre y lucha jugueteaba con el revolver en su bolsillo.
Cuando la noche se les antojó paredes afuera de un lugar seguro, comenzaron a chequear el botín. La acción había sido un éxito, habían hecho acopio de los remedios necesarios para poder satisfacer las necesidades insatisfechas de esos que ya no tenían espacios para prevenir enfermedades.
Al terminar el relato de aquella noche se rascó la cabeza y abandonando la vista de esa pared que sin lugar a dudas tendría que ser revocada, sin más extensiones temporales para poder evitar lo inevitable, miró a la joven mujer. Mujer joven o ilusión temporal de esa  nena que nunca para sus ojos podría tener más de tres años como dictaba su no erróneo corazón.
Eran grandes tiempos le dijo y entonces soltó una carcajada, sólo aquella sabandija y él podían tomar y robar, en una operación comando, un hospital para hacerse de remedios al grito de “Viva Perón”. Eran tiempos de primavera, de júbilo, tiempos donde, tal vez, sólo hubiese bastado con pedirlos.
Se volvió a sonreír y mirando a la mujer que lo miraba como perdida en su mirada, comenzó a bromear. Caminó hasta ella, la abrazó con fuerza de eterno papá y remarcando las diferencias entre su historia y la acción antológica del operativo Rosaura llevado adelante por la agrupación Tacuara en el policlínico  bancario, se recordó por qué siempre seguirían tomando mate con bizcochos y nunca Champaña con caviar.
Los dos se echaron un vistazo, se recordaron en el pasado en miradas y a sabiendas de mentes distintas recordaron al general, y con un guiño de vida, aquello que más aún los une y los unirá en la revolución que da forma a la vida, y que muchos, sin omitir su bella sonoridad, llaman amor.

DESDE EL PAISITO.

Ojitos para adentro.

-          ¿Será que más allá de donde sopla, muy pocas veces, el viento habrá un mundo distinto? (se pregunta el chico sin palabras).
Camina por la casa, mira por la ventana y se encuentra con el eterno relato del verde que le llena la mirada y  no hace más que colarse por la abertura que se precipita desde la pared hacia sus ojos. Perdido en ella, en un celeste gastado, un almanaque acusa que los sesenta estan comenzando, más allá que para él sus ocho años durarán para siempre.
Saluda al sol de la media mañana, mientras reniega de ese que será él mismo pero en pocas horas mediodía, amenazante, en las tardes tranquilas del Chaco que parece que no deja lugar más que para las quejas de las viejas y de él, ya que no hay agua ni para refrescarse.
Sale al umbral, mira a lo lejos, y sabe, en su interior por lo que cuentan en la escuela donde su padre es maestro rural, que allá donde se termina la vista hay un mundo y que también le pertenece.
Su mamá deambula por la casa a las quejas. Tener dos varoncitos no es tarea fácil y más teniendo en cuenta que uno de ellos le quita el sueño, le ha salido malito y eso la consume, más allá que su carácter de madre no permita ninguna queja más que las necesarias de todo mortal agobiado.
El maestro no ha retornado aún del pueblo, lo que en parte lo tranquiliza porque a los pajaritos que han quedado prisioneros de su gomera se les ha unido en forma casi involuntaria un vidrio y un rotundo: “vas a ver cuando vuelva tu padre”.
Se encoge de hombros, está convencido de que será lo que tenga que ser.
Se acomoda en el marco de la puerta de entrada de la casa mientras una pequeña brisa, por fin, se atreve a dejarse sentir.
Seguro, más que seguro, que hay más vida,  que hay casas muy pero muy altas, que los autos tienen muchos colores y que la radio se escucha mejor, que la gente viste raro y que hay muchos más caramelos y de distintos colores para comprar y elegir. Hasta se anima a pensar que no hace calor como en su comarca, que para él es su paisito, su mundo y para muchos más, es apenas Las Breñas.
Se sienta, y otra brisa se permite con desparpajo volver a pasar.
- Así esta mejor (dice para que nadie lo escuche mientras comienza a dormitarse)
Los bocinazos lo despiertan de pronto, sus manos son más fuertes, y en un vidrio que le regala su reflejo reconoce a un hombre que ocupa su cuerpo. Un hombre joven.
Un grito lo llama al orden, lo establece en ese espacio tan complejo: de calles de color negro nuevo, que signos blancos divisados en el piso. Todo tiene cordón de piedra y como si eso fuera poco hay demasiada gente que lo rodea, de su misma edad en este ahora desconocido, y damas con pequeñas faldas  que lo dejan con la boca abierta para que se atore de mariposas perdidas. Se imagina que es un sueño pero no quiere despertar. Miles de mujeres con polleras cortas y botas largas caminan ante su ruborizada mirada.
De pronto corren, todos corren, y un brazo que apronta su nombre, lo cual demuestra que pertenece a alguien que lo conoce, lo obliga a retirarse también a la carrera. Atrás la policía los persigue.
Sin dudas es un ladrón que se ayuda de miles de mal vivientes que son tan jóvenes como lo es él.
Llevan carteles, los cuales se caen en la vereda y son pisados ante la desesperación de ser atrapados y transformarse un poco o demasiado en calabozo.
Cruza a toda carrera una plaza inmensa a imagen y semejanza de la del pueblo pero rodeada por casas inmensas, casi palaciegas.
Tiene temor, no lo demuestra pero lo tiene. Ser parte de una banda de delincuentes no es tarea fácil por lo visto porque todos corren. Algunos dan señales de hacia dónde  mientras no bajan la velocidad de sus pasos entropillados.
Una joven mujer le dice algo al oído, y se sonroja, no más que él por las cosas que le ha dejado deslizar en su oído. Es increíble que una señorita se ponga ese tipo de ropas y que pueda repetir ese tipo de cosas que solo las ha escuchado cuando va para el pueblo a hacer las compras y se les escapa a sus padres y se cuelga de la ventana del bar a ver cómo los hombres toman y juegan al billar.
Ahora son muchos, todos hablan bien y con palabras difíciles, por lo visto es parte de una gavilla organizada por personajes muy inteligentes.
Le dan un puñado de papeles y le piden que se retire, que los guarde, que las cosas se pueden poner peor.
Corre, corre hasta que sus pies no le dan para más.
Llega a una plaza diferente y recuerda la montaña de papeles que no se han emancipado de su cuerpo. Se sienta, mira para todos lados y al no verse y sentirse ya perseguido se acomoda y decide leer, lo que será su labor esconder de vaya a saber quién, para qué y en dónde.
Liberación, pueblo son las primeras palabras que llegan a sus ojos ahora casi ahogado de tanto por ver.
Levanta su vista y un patrullero se detiene frente al banco que hasta el momento era como si se tratase de su salvación. Sabe que no podrá explicar nada, y que en su ahí todo no se arreglará con un tan sólo: “ya vas a ver cuando venga tu padre”.
Los papeles caen al piso, los policías se le abalanzan, en el auto de los uniformados hay una mujer que está con la cabeza gacha. Sin lugar a dudas han robado un banco o algo parecido porque esos que representan la ley no escatiman esfuerzos en reducirlo y arrastrarlo hacia ese patrullero que será su triste final.
Un sonido de perros que ladran lo despierta.
 Está todo sudado, el miedo sabe más que el calor a la hora de bañarte de transpiración.
Una vez femenina le recuerda que llegó la hora de dar cuenta de todo lo sucedido ante el supremo tribunal de conducta de su hogar.
-          “Ahí llegó tu padre, vamos a ver ahora cómo te las arreglas” (grita desde el fondo la mujer)
Mira a ese maestro rural y tiene ganas de contarle todo lo que vio mientras dormía, todo lo que percibieron sus ojos para dentro, pero deja de lado todo posibilidad de compartir todas esas cosas imposibles, porque sabe que tiene que explicar lo del vidrio y eso no será para nada una tarea fácil.

lunes, 25 de julio de 2011

ROSA SIN ESPINAS

Se levanta muy despacio, lo suficiente para escuchar un ronroneo y no mucho más.
Se distancia, y desde uno de los ángulos de la habitación aprecia las bondades que reflejan la contundencia y las bellas toscas formas del cuerpo de un varón en sus años mozos, esculpido más allá del pliegue de las sábanas.
Piensa en esa noche de pasión y siente que Dios existe.
Se cambia, se arregla y sale en busca de cualquier objeto que le permita extender más allá de su interior ese amor absoluto que siente  por ese hombre que se encuentra prisionero, de momento, en su lecho, en su vida.
El preparado del café rápidamente muta en alegrías y la felicidad toma formas de tostadas amalgamadas a pequeños platos que dan cuenta de la existencia de diferentes tipos de mermeladas.
Es inabarcable el sentido angélico del amor.
La bandeja aferrada a sus manos va dejando salas a sus espaldas hasta acomodarse en un costado de la cama.
Lo mira, lo siente y se sabe parte de un yo que hasta hace semanas le era apenas un extraño.
Un temor le recorre el cuerpo, sus ojos se llenan de lágrimas, la situación es tan perfecta que de solo pensar en un final se embandera más allá de las musas que nos condenan al olvido.
Le rasca la cabeza con suavidad, con ternura… y al ver sus ojos desplegarse más allá de sus sueños, le sonríe, se sonríen con una gracia única.
Comparten la misma taza, prueban de todo lo dulce, se abrazan, y comparten el devenir con que ese día los castigará por encontrarlos por separado.
Miran nada en la televisión, y esa nada es perfecta, ya que tantas sensaciones encontradas dejan de lado la falta contenidos de aquel ya viejo y extinto compañero de soledades de sus pasados cercanos.
Se abrazan, y cualquier tontera invita a una  nueva sonrisa que muta sin mayor esfuerzo en estridentes carcajadas.
La llegada del amanecer les recuerda que hay un afuera y que los espera más allá de su creciente relación, de esa complejidad en dos que poco quiere saber sobre ese afuera de momento.
Caminan abrazados hacia la puerta. La madera les ofrece un nuevo adiós momentáneo, de todas maneras los besos apasionados que se regalan la obligan a esperar.
Traspone la puerta, el sol todavía no es parte de la situación.
El joven lo mira con ojos lindos, y desde el marco de la puerta lo despiden otros colmados de pasión.
El que dirán todavía es aún una cuestión de peso, piensa el que debe esperar a una nueva posibilidad de recuentro entre paredes.
Mientras la imagen del joven se desdibuja, un par de ojos negros intentan disfrutarlo hasta los últimos segundos.
Acomoda los vestigios de la sin razón, agitada en olores y sabores exquisitos. Tiende la cama y mientras lava la taza su corazón no se deja de preocupar, porque puede, más allá de sus ganas de repetir, que se encuentre en los albores, de lo que tal vez el tiempo recuerde como una noche única.
Se cambia de ropa, toma sus escritos y no para de analizarlos. El poder de la palabra es infinito.
Una vez tallado en trapos y con el discurso atravesado en sí, se hace la señal de la cruz y va en busca de lo que considera lo que es correcto, lo que debe ser.
Centenares de hombres y mujeres esperan de su alegato, de su toma de postura en un momento tan crucial.
Todos escuchan, y si bien algunos no están de acuerdo, no se animan a desdecir sus términos, a veces las reprimenda puede más que la posibilidad que debería tener toda persona de poder expresar lo que siente y piensa.
Todos se toman de las manos y se comprometen a luchar hasta las últimas consecuencias.
Se siente fuerte y entero.
El deber está cumplido, el plan de Dios estará a salvo, la movida del padre de la mentira no logrará anidar frutos en sus hijos y la luz de la verdad, finalmente, se impondrá sobre las tinieblas del error.
Se persigna, y abandona, con pasos cortos y rápidos, el enorme salón agasajado en sus ventanas por sugerentes Vitro.
Detrás, sobre una de las paredes, desde uno de los ángulos de la habitación se aprecia las bondades que refleja la contundencia y las bellas toscas formas del cuerpo de un varón en sus años mozos, esculpido a látigo, y que no para de sangrar en palabras, acciones, pies, manos y también su frente.

miércoles, 6 de julio de 2011

EL DÍA DEL CLAMOR

El día se hizo a la luz más allá de lo que todo quisiera o quisiese. El día supo de tantos, en el plano de lo mucho, en la negativa, en días hasta aquel instante emergente en la distante cercanía de lo no tan reconocible bajo sus vestiduras de futuro, concepto impensado, en idiotez y miedo, genialidad y valentía.
La valentía, el día, mí día, sus días... Los días hasta el día, no uno entre tantos sino aquel... El día del clamor...
Eureka... Mi vida se encontró de pronto con aquel cartel. Sus colores vivos, ante mi muerte pecadora momentánea. La invitación a devastar cualquier contador de ganado, en busca de sumar ovejas de diezmos domesticados. Subirse a una fiesta de tono cuasi oficialista, jugando por momentos supuestamente del lado del mismo jefe, pero marcando diferente administración. Dejar la vida en manos de otros, más allá de la sonrisa política del jefe de Roma y su divina asociación ilícita. Saber de mi vida en brazos de Jesús con exclamaciones del tipo cristiano barrial con acento gringo, de nuestro Señor, el todo poderoso.
Quise correr alocadamente batiendo mi melena a los cielos. Quise alcanzar aquel cartel para saber si la dirección de reunión era la visualizada por mí y por mi mente ultracharrúa sobrealimentada de ocasión y sólo en ese instante, me pisó un colectivo que venía hasta los dientes de ¿personas?
Mi llegada al hospital se daría finalmente, no sin antes ser puteado por una vieja que me miraba atravesado debajo de la rueda y me pegaba con la cartera a rastrón en uno de mis brazos que por casualidad se dejaba ver, mientras me increpaba fuertemente para que le respondiera quién le haría ahora a tiempo las compras.
La sirena me recordaba a los gritos de Belcebú, que no era el mismo que todos reconocen sino un vecino al cual yo de pibe llamaba así, ya que solía gritar por todo de una manera insoportable. Era el mismo que vivía cerca de Doña Teodora Caslip, prima del matemático Gustavo Di Lorenzo, el primero en gritar viva Perón en la república de la Sexta a finales de los setenta en una noche de neblina espesa. Tan espesa que nunca más lo vieron; algunos dicen que esto fue acompañado de la escucha de ruidos de frenadas y gritos. Yo, por mi parte, nunca abandoné la teoría de los demonios. Mi nefasto vecino- alcahuete de las botas, como me contó papá que lo llamaban entre susurros durante una tarde de sol en la tribuna de tablones de calle Virasoro- también amparado en la noche de la suma de los soles oscuros gritaba, cada vez que podía, en contra de ese gobierno que se había caracterizado por la imagen de un dictador junto a una putana, los cuales estaban peleados con la iglesia, es decir, odiaban a diosito. Dios nos salve de aquellos que alimentaban vagos y mal entretenidos. Es increíble que alguien así fuera el que convenciera a papá para que me llevara por primera vez al Gabino y no para que me hiciera monaguillo. Vaya que siempre fueron mágicos los caminos que llevan al señor. 
 Demasiado mágicos los caminos sentía en mí, al verme despertar abandonado en una sala gris, acompañado de personas a las que le faltaban pocas hojas para terminar el libro. Yo, por mi parte, me había empeñado en encontrar a los gritos un señalador que me permitiera no perder la hoja y sólo sabe Dios qué más.
Lo real era que un cartel de un mitin religioso cristiano a ser realizado en la sede de calle San Martín allá por el 3200 del equipo que me vio crecer hasta volverme ateo (de todo menos de él), no sólo me había detenido en la marcha hacia el Gigante de Arroyito, reducto anti mufa ante la suma de derrotas como las de Banfield y Colón en el Parque, sino también en la construcción de mi camino hacia el triunfo tan esperado, que de por seguro llegaría de la mano del Pipi D’Angelo y  Petete Rodríguez, y que me depositaría en la realidad incontrastable de la victoria. Este último, en el ahora de lo real, alimentaría mis sentidos y ya no mis recuerdos contados por terceros, los cuales me sabía de memoria, como la Copa Adrián Beccar Varela 1934  y el Ascenso del 30 de noviembre de 1957 contra Quilmes, mediante aquella victoria contundente de  3 a 0.
Miraba a mí alrededor mugre, sangre y lo que algunos copetudos llaman olor a pobre. Algo así como un elixir propio de la indigencia que se formara de la mezcla en rara alquimia de humo, sudor seco y múltiples sabores agrarios a descifrar. Pero lo que me asustó y por momentos me hizo pensar erróneamente que el que todo lo sabe me había abandonado, fue la mirada de un borracho que, mientras se tocaba en las  bajas partes, me gritaba increpándome si sabía lo que le había hecho al león el monito.
Las costumbres del monito no las conocía, pero sí me imaginaba las del borracho.
Para cuando todo se pudo haber complicado ya me estaban revisando unos doctores, mientras en una sala contigua al borracho le estaban aplicando un enema estilo familiar. No sabía por los fuertes dolores si a esas alturas no partiría junto al  Señor, lo que sí pude apreciar fue el poder curativo de la enema ya que, a los minutos, mientras me llevaban a pasear por el hospital en camilla, pude ver al ebrio no sólo más tranquilo, sino además con cara de quinceañera enamorada.
Cerré los ojos y me dejé, tal vez por miedo a lo inevitable, o porque quizás se les fuera la mano con el borracho y terminara despidiendo por la boca el exceso y se transformara en una fuente de aguas danzantes.
En camino a rayos, por lo poco que pude oír, encontré más de tres docenas de indigentes ocupando las bancas de espera durmiendo; tantos ojos lastimados cerrados me invitaron al sueño. A lo lejos alguien ¿corría? sin una pierna, una pareja gritaba cerca de una madre que arrastraba cinco hijos, mientras el sexto le colgaba de un pezón como una garrapata.
Una enfermera me despertó en su apuro y me chocó, moviéndome un poco más, no fuera que me olvidara de mis dolores. Mis malas palabras se ocultaron entre su cantidad de pintura heredada de la noche anterior, que dibujaba en circo esos rasgos toscos de terrible y ruda vida.
Me mueven, me matan de a poco mientras discuten, en medio de mi viaje mezcla de químicos y dolores, sobre lo que está pasando en la zona norte. Tal vez no mire nunca más un partido; qué terrible sonaría para muchos saber de la posibilidad de que un alguien como yo se preocupase por una pelotudez semejante. Todo me importaba un carajo, lo que pensaran y lo que dejaran por pensar; lo único que deseaba a esas alturas, al margen del alta que podía esperar, era saber que al día siguiente el diario  La Capital  tendría como titular “en un sábado de fiebre por la noche los Charrúas colocaron un pie en primera, tras derrotar sin mayores contratiempos por un segundo ascenso ayer, 31 de julio, a Gimnasia y Tiro de Salta”.
Pienso, siento y sufro, mientras por los pasillos aparecen mujeres en camisón arrastrando el suero y  flanqueadas por adolescentes que pronto llegarán a conformarse en el no ser de las mayores de camisón. El suero tal vez les pueda ser esquivo, pero el camisón por seguro lo tendrán programado. Mierda, cuán terrible puede resultar cortar la baraja desde el punto equivocado.
Me alojan en una cama, de lado en la inmensa sala, otros pacientes que no se quejan ya que han naturalizado su situación, ni una radio, todos miran televisión, enormes moles de plástico y metal heredados de tiempos mozos donde estos compraban electrodomésticos por yunta, mientras los dueños de la verdad en nuestras penosas vidas dejaban el sudor de generaciones venideras en Uruguay, Suiza, o cuando no, en la creciente Caimán.
Ante tanto dolor social, tanta lástima por nosotros, pensé en aquel cartel, en una muchedumbre intentando buscar una salida mágica y en un pastor sabiendo que Uruguay será un buen lugar para depositar; y a mi viejo mirándome desde el cielo anonadado ante la presencia de un hijo estúpido que aguantó, contra viento y marea, todos los sábados en el estadio, y ahora que le había llegado la hora de la verdad, se había ido a hacer turismo por el Roque Saenz Peña.
Miré tanto lo inmirable, pedí perdón por la vergüenza en la que nos convertimos, y me mofé del mitin de los cristianos de segunda línea que ya ni para católicos les daba, ni tampoco saben que hace tiempo, algo así como la suma de un tanto menos de dos mil años, que no les importan y mientras mencionaba el día del clamor, comencé a reírme y la niebla todo lo rodeó.
No hizo falta gritar vivando a Perón para que me buscaran o para imaginar en mis últimos segundos de vida que venían por mí para hacerme acreedor de una vida eterna posible. Sentí el olor a humo y sudor una vez más, entre imágenes de corridas en derredor y percibí el resplandor de la luna que entre rejas se aventuraba por la ventana a la gracia de mi vida perdida. Me imaginé reencarnado como una garrapata a un pezón, borracho durmiendo en una banca o frente a un televisor, y me olvidé de Dios, de la Santa Madre, y me sonreí. Luego escuché, o lo intuí mediante el formato de pesadilla, que un algo me decía que ese no era en definitiva un mal día sólo para mí, sino también para otros tantos, ya que los salteños, con dos tiros casi mortales, nos dejaban con la posibilidad de quedarnos con el no sueño una vez más. Entonces, decidí que nuestra localía en este mundo era demasiado terrible y que morir, al fin y al cabo, podía ser en definitiva un buen pero muy buen  negocio.