Pésimo alumno de Don Alberto y la Quique...

lunes, 25 de julio de 2011

ROSA SIN ESPINAS

Se levanta muy despacio, lo suficiente para escuchar un ronroneo y no mucho más.
Se distancia, y desde uno de los ángulos de la habitación aprecia las bondades que reflejan la contundencia y las bellas toscas formas del cuerpo de un varón en sus años mozos, esculpido más allá del pliegue de las sábanas.
Piensa en esa noche de pasión y siente que Dios existe.
Se cambia, se arregla y sale en busca de cualquier objeto que le permita extender más allá de su interior ese amor absoluto que siente  por ese hombre que se encuentra prisionero, de momento, en su lecho, en su vida.
El preparado del café rápidamente muta en alegrías y la felicidad toma formas de tostadas amalgamadas a pequeños platos que dan cuenta de la existencia de diferentes tipos de mermeladas.
Es inabarcable el sentido angélico del amor.
La bandeja aferrada a sus manos va dejando salas a sus espaldas hasta acomodarse en un costado de la cama.
Lo mira, lo siente y se sabe parte de un yo que hasta hace semanas le era apenas un extraño.
Un temor le recorre el cuerpo, sus ojos se llenan de lágrimas, la situación es tan perfecta que de solo pensar en un final se embandera más allá de las musas que nos condenan al olvido.
Le rasca la cabeza con suavidad, con ternura… y al ver sus ojos desplegarse más allá de sus sueños, le sonríe, se sonríen con una gracia única.
Comparten la misma taza, prueban de todo lo dulce, se abrazan, y comparten el devenir con que ese día los castigará por encontrarlos por separado.
Miran nada en la televisión, y esa nada es perfecta, ya que tantas sensaciones encontradas dejan de lado la falta contenidos de aquel ya viejo y extinto compañero de soledades de sus pasados cercanos.
Se abrazan, y cualquier tontera invita a una  nueva sonrisa que muta sin mayor esfuerzo en estridentes carcajadas.
La llegada del amanecer les recuerda que hay un afuera y que los espera más allá de su creciente relación, de esa complejidad en dos que poco quiere saber sobre ese afuera de momento.
Caminan abrazados hacia la puerta. La madera les ofrece un nuevo adiós momentáneo, de todas maneras los besos apasionados que se regalan la obligan a esperar.
Traspone la puerta, el sol todavía no es parte de la situación.
El joven lo mira con ojos lindos, y desde el marco de la puerta lo despiden otros colmados de pasión.
El que dirán todavía es aún una cuestión de peso, piensa el que debe esperar a una nueva posibilidad de recuentro entre paredes.
Mientras la imagen del joven se desdibuja, un par de ojos negros intentan disfrutarlo hasta los últimos segundos.
Acomoda los vestigios de la sin razón, agitada en olores y sabores exquisitos. Tiende la cama y mientras lava la taza su corazón no se deja de preocupar, porque puede, más allá de sus ganas de repetir, que se encuentre en los albores, de lo que tal vez el tiempo recuerde como una noche única.
Se cambia de ropa, toma sus escritos y no para de analizarlos. El poder de la palabra es infinito.
Una vez tallado en trapos y con el discurso atravesado en sí, se hace la señal de la cruz y va en busca de lo que considera lo que es correcto, lo que debe ser.
Centenares de hombres y mujeres esperan de su alegato, de su toma de postura en un momento tan crucial.
Todos escuchan, y si bien algunos no están de acuerdo, no se animan a desdecir sus términos, a veces las reprimenda puede más que la posibilidad que debería tener toda persona de poder expresar lo que siente y piensa.
Todos se toman de las manos y se comprometen a luchar hasta las últimas consecuencias.
Se siente fuerte y entero.
El deber está cumplido, el plan de Dios estará a salvo, la movida del padre de la mentira no logrará anidar frutos en sus hijos y la luz de la verdad, finalmente, se impondrá sobre las tinieblas del error.
Se persigna, y abandona, con pasos cortos y rápidos, el enorme salón agasajado en sus ventanas por sugerentes Vitro.
Detrás, sobre una de las paredes, desde uno de los ángulos de la habitación se aprecia las bondades que refleja la contundencia y las bellas toscas formas del cuerpo de un varón en sus años mozos, esculpido a látigo, y que no para de sangrar en palabras, acciones, pies, manos y también su frente.

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