Pésimo alumno de Don Alberto y la Quique...

lunes, 22 de agosto de 2011

AMANECE CADA MAÑANA.

Si  la no victoria siempre es vivida como la sombra poco agraciada de la derrota, mirarse vestido de vergüenza, lo avergonzaba más allá de que el contexto pudiese alimentarse de errores constructivos.
Los alientos comenzaron a saberle cargados de verdades absolutas, ante la necedad que había adquirido, fruto de sentirse nuevo en distintas arenas.
Entonces, todos lo miraban con lástima y hacían de él, blanco mediante,  todo lo que les permitiese la recriminación, travestida en análisis afectuoso.
Después, el después; sólo eso. Pero para el que lame barro, todo es marrón, más allá de que su cara haya sido despojada de mil maneras de su cobertor facial de cirscunstancia.
Por eso optó por la rebeldía ante los primeros momentos, sabiendo que, tras esa noche sobrevendría, con la ineludible certeza de que amanece cada mañana, el tormento diario, acuñado en su pasado y convertido en piel de mujer.
Sólo quería libertad, nada más. Lo cívico como salvoconducto a no volver más a ser un hombre de corbata, que se corrompía en el día a día  en juzgados heredados de familia. 
Sólo quería un respiro, nada más. Lo cívico como uno de los últimos trenes, que lo transportaría hacia donde se intenta olvidar el olvido, tratando de recordar a cada paso.
Miró los números una vez más y al percibir la posiblidad de verse completamente imposibilitado, se puso a llorar con lágrimas contrapuestas.
El verdugo de su pasión con senos, senos sin leche, a pesar de la nueva extensión que se había logrado para tomar su corazón como rehén y nada más. Se frotó las garras ante la posibilidad de impactarlo con todas sus fuerzas.
El verdugo con senos, una vez más, puso a brillar su oscuridad potenciada en la lanza del ridículo, por la cual la sangre suele correr con la velocidad que sólo el odio logra concretar.
Caminó, se desmembró, sufrió todo lo que podía sufrir, y a pesar de ello, pidió sufrir un poco más. No dolía el saber que su pasión agonizaba en el patíbulo. Dolía saber la posiblidad de que su extensión, esa misma que había esperado durante años y le había sido negada hasta que dio con la luz, finalmente, debido a un intento de repliegue por su parte, sintiera algún día esta misma vergüenza del hoy que lo conformaba. Tal vez, mañana, al mirarlo como sólo una hija puede mirar a un padre.
Pensó en ese momento, la posibilidad de que tal vez no hubiese verdugo, y que a penas, se había abandonado a la posibilidad de unos locos que lo habían rodeado en sus últimos instantes. Pensó que a veces soñar cuesta demasiado caro, y tomó silencio.
Pensó, y lloró una vez más, hasta cuanto sus lágrimas internas se lo permitieron.
Lo que no pensó, fruto de su cansancio moral, fue que caminar se logra caminando y que, en definitiva, sin saberlo, su no victoria, lo había liberado de su verdadera derrota, y que con la ineludible certeza de que amanece cada mañana, había comenzado a trasuntar un olvidado y denostado sendero. Lugar desde donde la traición ya no se leerá entre líneas, y la muerte psicológica ya no se incribirá entre sábanas.
Sendero que suele llevar solapas de distintos colores y sentidos. Encrucijada de los cuarenta. Conformar a todos y no conformar a nadie. Tarde para sentirse joven...

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