Pésimo alumno de Don Alberto y la Quique...

lunes, 1 de agosto de 2011

DESDE EL PAISITO.

Ojitos para adentro.

-          ¿Será que más allá de donde sopla, muy pocas veces, el viento habrá un mundo distinto? (se pregunta el chico sin palabras).
Camina por la casa, mira por la ventana y se encuentra con el eterno relato del verde que le llena la mirada y  no hace más que colarse por la abertura que se precipita desde la pared hacia sus ojos. Perdido en ella, en un celeste gastado, un almanaque acusa que los sesenta estan comenzando, más allá que para él sus ocho años durarán para siempre.
Saluda al sol de la media mañana, mientras reniega de ese que será él mismo pero en pocas horas mediodía, amenazante, en las tardes tranquilas del Chaco que parece que no deja lugar más que para las quejas de las viejas y de él, ya que no hay agua ni para refrescarse.
Sale al umbral, mira a lo lejos, y sabe, en su interior por lo que cuentan en la escuela donde su padre es maestro rural, que allá donde se termina la vista hay un mundo y que también le pertenece.
Su mamá deambula por la casa a las quejas. Tener dos varoncitos no es tarea fácil y más teniendo en cuenta que uno de ellos le quita el sueño, le ha salido malito y eso la consume, más allá que su carácter de madre no permita ninguna queja más que las necesarias de todo mortal agobiado.
El maestro no ha retornado aún del pueblo, lo que en parte lo tranquiliza porque a los pajaritos que han quedado prisioneros de su gomera se les ha unido en forma casi involuntaria un vidrio y un rotundo: “vas a ver cuando vuelva tu padre”.
Se encoge de hombros, está convencido de que será lo que tenga que ser.
Se acomoda en el marco de la puerta de entrada de la casa mientras una pequeña brisa, por fin, se atreve a dejarse sentir.
Seguro, más que seguro, que hay más vida,  que hay casas muy pero muy altas, que los autos tienen muchos colores y que la radio se escucha mejor, que la gente viste raro y que hay muchos más caramelos y de distintos colores para comprar y elegir. Hasta se anima a pensar que no hace calor como en su comarca, que para él es su paisito, su mundo y para muchos más, es apenas Las Breñas.
Se sienta, y otra brisa se permite con desparpajo volver a pasar.
- Así esta mejor (dice para que nadie lo escuche mientras comienza a dormitarse)
Los bocinazos lo despiertan de pronto, sus manos son más fuertes, y en un vidrio que le regala su reflejo reconoce a un hombre que ocupa su cuerpo. Un hombre joven.
Un grito lo llama al orden, lo establece en ese espacio tan complejo: de calles de color negro nuevo, que signos blancos divisados en el piso. Todo tiene cordón de piedra y como si eso fuera poco hay demasiada gente que lo rodea, de su misma edad en este ahora desconocido, y damas con pequeñas faldas  que lo dejan con la boca abierta para que se atore de mariposas perdidas. Se imagina que es un sueño pero no quiere despertar. Miles de mujeres con polleras cortas y botas largas caminan ante su ruborizada mirada.
De pronto corren, todos corren, y un brazo que apronta su nombre, lo cual demuestra que pertenece a alguien que lo conoce, lo obliga a retirarse también a la carrera. Atrás la policía los persigue.
Sin dudas es un ladrón que se ayuda de miles de mal vivientes que son tan jóvenes como lo es él.
Llevan carteles, los cuales se caen en la vereda y son pisados ante la desesperación de ser atrapados y transformarse un poco o demasiado en calabozo.
Cruza a toda carrera una plaza inmensa a imagen y semejanza de la del pueblo pero rodeada por casas inmensas, casi palaciegas.
Tiene temor, no lo demuestra pero lo tiene. Ser parte de una banda de delincuentes no es tarea fácil por lo visto porque todos corren. Algunos dan señales de hacia dónde  mientras no bajan la velocidad de sus pasos entropillados.
Una joven mujer le dice algo al oído, y se sonroja, no más que él por las cosas que le ha dejado deslizar en su oído. Es increíble que una señorita se ponga ese tipo de ropas y que pueda repetir ese tipo de cosas que solo las ha escuchado cuando va para el pueblo a hacer las compras y se les escapa a sus padres y se cuelga de la ventana del bar a ver cómo los hombres toman y juegan al billar.
Ahora son muchos, todos hablan bien y con palabras difíciles, por lo visto es parte de una gavilla organizada por personajes muy inteligentes.
Le dan un puñado de papeles y le piden que se retire, que los guarde, que las cosas se pueden poner peor.
Corre, corre hasta que sus pies no le dan para más.
Llega a una plaza diferente y recuerda la montaña de papeles que no se han emancipado de su cuerpo. Se sienta, mira para todos lados y al no verse y sentirse ya perseguido se acomoda y decide leer, lo que será su labor esconder de vaya a saber quién, para qué y en dónde.
Liberación, pueblo son las primeras palabras que llegan a sus ojos ahora casi ahogado de tanto por ver.
Levanta su vista y un patrullero se detiene frente al banco que hasta el momento era como si se tratase de su salvación. Sabe que no podrá explicar nada, y que en su ahí todo no se arreglará con un tan sólo: “ya vas a ver cuando venga tu padre”.
Los papeles caen al piso, los policías se le abalanzan, en el auto de los uniformados hay una mujer que está con la cabeza gacha. Sin lugar a dudas han robado un banco o algo parecido porque esos que representan la ley no escatiman esfuerzos en reducirlo y arrastrarlo hacia ese patrullero que será su triste final.
Un sonido de perros que ladran lo despierta.
 Está todo sudado, el miedo sabe más que el calor a la hora de bañarte de transpiración.
Una vez femenina le recuerda que llegó la hora de dar cuenta de todo lo sucedido ante el supremo tribunal de conducta de su hogar.
-          “Ahí llegó tu padre, vamos a ver ahora cómo te las arreglas” (grita desde el fondo la mujer)
Mira a ese maestro rural y tiene ganas de contarle todo lo que vio mientras dormía, todo lo que percibieron sus ojos para dentro, pero deja de lado todo posibilidad de compartir todas esas cosas imposibles, porque sabe que tiene que explicar lo del vidrio y eso no será para nada una tarea fácil.

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