El Mal Aprendido

domingo, 29 de julio de 2012

Heñóivo tavaguasu (ñe'ẽpoty)

Al nacer la ciudad (poesía)

Oikóje ápe ha pépe

ko'ã máva iñambuéva

ha ijyke rehe ñandéva

chupekuéra oipytyvõ,

karanda'y oñembovo...

ha yvyra apyteréva,

opaite tekotevẽva

pya'ete omono'õ.

Andaban de aquí para allá

estos hombres que se mudaban

y a su lado los nuestros

ayudándoles a ellos,

a rebanar palmeras...

y maderas con núcleo,

todo lo que se necesitaba

rápidamente juntaron.

Gumercindo Ayala Aquino

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Lite con raridad

Todos son raros, más que raros y sobre todo mi vecino que es bombero y no piensa en violeta. Yo respondo mostrando un malvón, mientras miro por la ventana y desde la puerta diviso a mi sobrina nietastra, que dice ser pariente no muy lejana de una tal John Wilkins. Yo, por lo pronto, no paro de repetir y repetir a un tal Skinner para que entienda cuánto de significativo tiene todo lo que intenta no decir ese trío conformado por Ausubel y Brunner. De todas maneras, me dejo a buscar estadios, mientras un elefante de cola larga me despierta de mi vuelo y me habla de Piaget. Antes que ahora y después de mañana y de que un tal Freud me hable de su teoría, me despierto.

Abro los ojos, me visto y salgo a caminar y a llevar adelante la obligaciones del cada día. Pero con la certeza de saber que me voy a poder robar un instante, ponerme cómodo, abrir un libro, perderme en sus palabras y que todo vuelva a empezar...

Porque somos mucho más de la suma de un puñado de explicaciones pragmáticas. Porque somos mucho más que la suma de un puñado de explicaciones inacabadas. Porque somos la Madre Teresa de Calcuta y también somos Videla, Massera y Agosti. Porque estamos en la cima de la pirámide y en nuestro afán destructivo, nos desesperamos por arrastrarnos hasta la base. Porque nos faltan las palabras para explicar una y mil veces las cosas explica¬bles. Porque nos sobran las palabras para explicar una y mil veces las cosas inexplicables. Porque usaba las palabras para explicar, cuando era chico, por qué quería un determinado perro, y no me dejaban. Porque un día fui más grande y tuve ese perro, y la naturaleza más tarde me dijo que se tenía que ir y usé esas mismas palabras para explicar cuánto lo quería y hoy lo sigo extrañando. Porque las palabras nunca van a poder explicar qué son el amor, la amistad, la pasión y la traición. Pero en definitiva, son esas mismas palabras las únicas que me emparentan con lo que verdaderamente siento.

Si miro hacia atrás...

... veo tanto pero tanto, que mirar me invita al recuerdo.

Zapatillas, zanjas y calles de tierra que se perpetúan sólo en mi recuerdo. Cordones desatados que se aprestan a correr por un baldío que el tiempo volvió mercado. Risas, gritos y corridas de chicos en domingo que van hacia la parroquia, a misa de ocho. Vecinas caminando a fuerza de chismes hacia el supermercado del bulevar, en busca de buenos precios para volver con los bolsos cargados. Medias no tan blancas, después de haber jugado a las escondidas entre los largos pastos que mi papá se olvidó de cortar, para desgracia de mi vieja.

Veo tantas cosas, que no puedo dejar de verme una de esas tantas noches, con ocho años, sentado bajo la copa de un inmenso árbol de moras, con papá a mi lado ayudándome a ver las estrellas. El tarro de dulce de leche semivacío, mi panza semillena, los retos de mi vieja y la reincidencia ante un nuevo tarro. Imaginando el futuro junto a mi hermano y haciéndonos la eterna pregunta, qué íbamos a ser cuando fuéramos grandes, nos dejaran de gustar los dibujitos, nos pusiéramos serios, nos crecieran las panzas y nos saludáramos con un apretón de manos, empezáramos a ver los noticieros, dejaran de dar Piluso –aunque siempre lo consideré improbable- y tuviéramos que dejar de fingir que no sabíamos quiénes eran los reyes magos, aunque eso implicara que no nos siguieran haciendo regalos por siempre.

Crecí y eso fue inevitable, no llegué a ser agrónomo y mucho menos astronauta. Soy lo quise y lo que pude ser, en la medida que la vida me dejó.

A pesar de tantos contratiempos, sigo al pie del cañón y como era de esperarse, me torturo mirando los noticieros.

No dejé de ser fanático del dulce de leche, me creció un poco la panza y tanto a mi hermano como a todos los que quiero los saludo con un beso.

Entre camino, un balcón de verano inmortalizó a un actor. El mundo colocó en vitrina a un nuevo ídolo y yo, por mi parte, tuve que comenzar a acostumbrarme a la idea de que Piluso se había marchado para siempre.

Cambié los dibujitos, (como era de esperarse), por el amor de las mujeres, lo que de vez en cuando termina demostrándome que nunca fui un buen negociante.

El lugar de los pastos inmensos donde jugaba ya no existe; ahora su lugar se mal ocupa con clones de concreto que calcan miseria. Aunque parezca mía la pérdida, una vez más, perdimos todos.

Por otra parte, la misa ya no se celebra en la parroquia, sino en una iglesia de altas paredes de estilo rústico. La devoración de santos resulta ahora mucho más cómoda y moderna. Los baños nunca los visité, espero que con la defecación de diablos les vaya bien.

Vivo solo, mi casa es el arca que atesora todas las musas que suelen visitarme. Mujeres, ideas, sueños, miedos y alegrías se confabulan para hacerme sentir qué bello es esto tan terrible de vivir viviendo.

A pesar de los vientos, las lluvias, los abrazos de sol, los domingos lo abandono todo. Me confino a un momentáneo letargo, para luego volver con más fuerzas a ser yo mismo, pero distinto, al mirar sobre la misma mesa que me vio crecer, los fideos de mi vieja. Alrededor, nosotros, los pocos, los de siempre, riéndonos de cuán ridículos somos y parecemos, pero recordándonos en cada sonrisa implícitamente que, a pesar de tanto pasado entre los comensales, el sentimiento perdura.

El tiempo, me dejó ineludiblemente un puñado de secuelas. Entre las que más se destacan, se encuentran las que el tiempo me fue atomizando, pero que tienden a encapsularse ante un pedido del que suscribe. A mis amigos, eterna impronta del alma, no los podría presentar en sociedad como el orgullo de cualquier Madre Argentina y mucho menos como resabios de la existencia de “El Dorado”. Pero cabe que se tenga en cuenta y que se resalte, la salvedad de que son únicos en su tipo, insustituibles y en vías de extinción. Su característica más notable es que son de fiar, al punto que más de una mujer se los ha llevado en ese carácter a vivir con ella. Que con el paso de los años, el entorno de éstas declare que el fiado les salió demasiado caro, no les quita para nada mérito. En lo que a mí respecta, el intentar no llevar adelante actitudes que rayen en lo demagógico, y por ser un prisionero de las limitaciones que me infringió un mundo de mujeres machistas, hace que esboce en menos oportunidades de las que mis sentimientos lo requieren, que son de hierro y los quiero mucho.

Pero, no sólo mis amigos son las secuelas más destacables. También cuento con un tipo de manifestación que hizo mella en mí hace no más de quince años. Muchos autoanálisis pseudos-científicos, a los cuales me he prestado casi en forma voluntaria durante los últimos cinco años, me han dejado entrever la teoría de que este tipo de manifestación pudiera ser innata en mí y que probablemente saliera a la luz tras ser expuesto a su estimulación en una edad temprana. Otro tipo de estudios que intentaron abrir el abanico de múltiples posibilidades, me declararon mitómano fabulador reprimido, que libera todo su caudal canalizándolo mediante este tipo de manifestaciones.

Lo único cierto, es que he logrado alcanzar en forma innata o no, el desarrollo de la capacidad que me dio la naturaleza de volcar historias en palabras, atraparlas en papel y dejar que transcurran de mano en mano entre quienes quieran leerlas. Con la aprobación de algunos o tal vez la desaprobación de todos, con críticas o comentarios despiadados o con el apoyo de uno que otro que sintió por momentos que leerme tal vez valga la pena.

Es mi arte natural, es el que tal vez heredé de la vieja o me despertaron en la escuela. Es el arte que me acerca a todo aquel que por mezclarse con las historias que suelo acercar, logra escapar, aunque sea por unos minutos, de la mano de mi imaginación. Es el arte, sin ir más lejos, que le brindó las alas para poder volar a ese chico que con su padre, por las noches, se colgaba de las luces de las estrellas. Es el arte que produce sonrisas, es el arte que nos busca la nostalgia. Mi arte. El arte de ser payaso.

El Mal Aprendido

domingo, 29 de julio de 2012

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