Pésimo alumno de Don Alberto y la Quique...

lunes, 13 de junio de 2011

Después de Pablo....

En una mirada única en un instante único e irrepetible pude dar cuenta de mucha historia ahora muerta.
Me acerqué lentamente a ese cuerpo casi sin vida en el piso y no pude dejar de mirarlo.
En ese ser se podía construir una síntesis perfecta de aquellas  garras imperiales que habían rasgado a un grupo de pueblos milenarios.
La luz de pronto me cegó. Sólo sentí a medias, mediante mis sentidos atrofiados, esas manos que me tomaban con fuerza y me arrastraban lejos de aquel lugar que ahora me parecía infinito.
Ya entre barrotes y con un dolor de cabeza notable pude ver que ya estaba del lado de la ley, el estado ahora era partícipe necesario de mi vida.
Los señores de gris me rodearon y aquellos mismos morochos de bigotes bien recortados que me habían  maltratado, hacía no mucho tiempo atrás, se disponían a entregarme como a esos obsequios que nadie quiere, ni mucho menos siente nadie como propio.
El camino hasta el hotel no distó en horas de la senda hacia el aeropuerto.

Era la primera vez que sentía aquello de ser deportado.
A diferencia de Sting no era un  sajón en  New York, era algo así como un pibe de barrio lejos, muy lejos, de casa. 
Antes de desengrillarme se rieron de mí  y de mis acompañantes, lo suficiente para avergonzarme aún más.
La India pronto sería sólo un triste y excitante recuerdo que tendría que olvidar lo más rápidamente posible si deseaba evitar aquello de dar múltiples explicaciones del otro lado del mundo.
Cuando todo eran voces volando en el éter en nativo y también un triste inglés, uno de mis captores me entregó, como recuerdo de mi estancia, una pipa a imagen y semejanza de la que había tenido en mi poder, o me había tenido ella en su poder, en los últimos días de las semana que había disfrutado o padecido en aquel extraño territoio.
Cuando el avión despegó y el suelo sólo fue recuerdo, miré la pipa y recordé que la guerra de aquel humo no había acabado ni nunca jamás acabaría, más allá de que los como yo nos obstináramos en experimentar todo lo posible, vestido en humo viciado, y escribiéramos una que otra nota que al final de cuentas, a poco más que nadie, le terminaría por interesar y por cambiarle la vida.

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