Pésimo alumno de Don Alberto y la Quique...

sábado, 11 de junio de 2011

Mirada: desde una ventana, desde una ventana...


El  agua cae sin prejuicios, sin pregunta, sin obtener ningún tipo de respuesta.
El día se escamotea de la diversidad de aquellos días sin alma.
La mirada triste es sólo un recuerdo. Chispean, un par de ojos, más allá tal vez la tormenta.
Crepitan, suenan en ecos, sobre los maderos, pequeños, grandes, inmensos, ínfimos… El agua se precipita incesante, en una eternidad de segundos.
El tiempo se detiene, más cerca, muchos más cerca que de costumbre, una nueva sonrisa, un comentario que en otro tiempo tal vez hubiese sido una zoncera más, pero en ese presente único, como tal, sabe que tiene una gracia que no podrá ser comparara por años, por tratarse de una tarea inmensurable, por tratarse apenas de una triste tarea más de los oscuros y triste “Refutadores de leyendas”.
Una tropilla de pies se acerca, todo puede tratarse de una confabulación para detener la marcha, el torrente de agua, por momentos intermitentes, que facilita la liturgia, pero ya está nuevamente fuera de las paredes que la limitan.
El humo se aleja, se traslada por los verdes incesantes. El torrente húmedo ahora parece una catarata intermitente en esa esperanza eterna.
Un monstruo de ruedas aparece en la distancia, su jinete no para de sonreír.
Otro aroma saluda la posibilidad de que el salto de agua se recipiente una vez más.
Una mano, roza con otra. Una sonrisa más, a sabiendas de no agotarse en jamás, se distribuye entre un par de ojos. Otras diferentes y por eso menos intensas merodean la comarca.
Un grito agudo se traslada desde la calle. Un ulular de mil demonios que no molesta, sino que frena, aunque pareciera imposible toda esa maraña de sucesos para recordar al invierno, las hojas caídas y el chocolate.
La mano completa de la gracia compartida, vacía ahora, pero no disminuida por eso de la felicidad de todo aquello vuelve por donde hace momentos se ah trasladado para saber en labios.
La toma, lo toma. Lo siento, la siente.
Los labios son prisioneros del mismo espacio. El calor que se desparrama por ambos labios les recuerda la posibilidad de poder disfrutar de sueños ajenos.
Un perro ladra. Corre. Le recuerda a su cacique el por qué de su relación.
Todo parece perfecto, como una gentileza de un ensimismado Monet.
Lejos, demasiado para las ventanas mortales, pasa un ángel. Se recuesta en el Olimpo y desde ahí se ilumina. Sin lugar a dudas esos mortales han vencido a Cronos a Afrodita y a cualquier Dios que intente mediar con hechos y palabras los que ambos están logrando desde una simpleza extrema de compartir una infusión sobre verdes, sin prestarle la mirada a nadie más que ellos mismos.
Una bocina, quiebra la quietud. Un hombre detiene la marcha de su automóvil, se enoja, maldice a los cuatro vientos. El embotellamiento le recuerda que es una mierda vivir, mientras mira con ira por la ventana que allá, mucho más allá, a una pareja no tan lejos toma mates en la plaza entre sonrisas, mientras una nena pasa por detrás en bicicleta, un grupo de adolescentes juegan al futbol y el  churrero recuerda con su bocina porque es bueno esto de intentar, cada día, cada instante, un poco más.

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