Pésimo alumno de Don Alberto y la Quique...

miércoles, 6 de julio de 2011

EL ARRANCA VERGÜENZA

                                    
Está amaneciendo, hace frío mucho frío, y él duerme...
Me levanto de a poco y, mientras comienzo a caminar, contemplo el despertar de la ciudad: autos que llegan a la gran avenida como enormes golondrinas; bocinazos, gritos y él duerme...
Bajo muy despacio las escaleras, y aparecen ante mi vista los molinetes. Espero que esté el gordo; con un par de sonrisas o alguna ocurrencia de esas que le causan gracia, él me deja pasar. No hubo suerte, tuve que pagar, pero es inútil lamentarse, son las reglas del juego. Está a punto de salir el japonés. Es el primer servicio y, mientras me acomodo y saco a relucir mi arranca vergüenza, recorro muy lentamente el andén con la mirada. Y él duerme...
Subo y comienza la travesía. Pongo en funcionamiento el arranca vergüenza, y con él, las miradas, los murmullos y el folclore de siempre. Llegamos a Diagonal Norte y empiezo a contar y recontar lo recaudado desde la partida. No está mal para empezar, y él duerme...
Comienzo a recorrer los túneles. Me encantan. Esos largos y oscuros pasillos suelen ser para mí, el laberinto donde habita el dragón, y yo juego a ser el príncipe que lo tiene que matar. A veces, de tanto soñar, me olvido y me descuido de quienes más me tengo que cuidar: los más grandes, los que roban, los que maltratan. Pero estoy de suerte, no están ahí. Fijo mi mirada en una mancha de humedad, y él duerme...
Llego a la salida de Caballito o algo así, eso es lo que me contaron. Camino hacia la derecha y voy directo hacia el bar que atiende el hombre que habla raro. Dicen que viene desde muy lejos, y se ve que ese lugar se parece al de donde yo vengo. Por eso entiende en qué ando y por qué ando por acá  y por eso siempre me regala algo. Se ve que no esta el patrón porque hoy ligué un café‚ con leche. Mientras me lo termina de servir, me pregunta si duerme y sí, él duerme...
Los rayos del sol, que se filtran por una de las entradas, me avisan de la llegada de la media mañana.
Termino el café‚ y comienzo a correr. Entré justo y es claro, uno se pone canchero en esto con el tiempo. Tantos cimbronazos pudieron haberlo despertado. Pero no, él duerme...
Voy por adentro, mirando las ventanillas, y siento sus miradas en mi espalda. Lo sé, tienen lastima. Lástima de mí, lástima de que tenga la ropa a la medida de quien sabe quien, o tal vez, lástima de mi edad o lástima de vos. Pobres giles, tienen lástima. Justo ellos, que viven a mil y no saben por qué, que llevan la ropa a la moda que quién sabe quien lo ordenó, y trabajan mil horas sin saber cuan productivos son y algunos, incluso hasta han llegado a creerse que la felicidad se compra en el nuevo shopping.
Mientras guardo las monedas, miro a las víctimas o victimarios de mi arranca vergüenza. Un jubilado agacha la cabeza y se da el lujo de sentir lástima por mí, lujo que se dan todos a principio de mes, cuando van haciendo la cola bajo el frío o bajo el sol, en busca de un puñado de monedas apenas más grandes que el mío. Miro por una ventanilla, y él duerme...
Vuelvo la vista, y mis ojos dan con un oficinista, él no colaboró, será que no tiene tiempo para la lástima porque debe estar  muy ocupado en terminar un trabajo para un jefe que no tiene tiempo para recordar su nombre. Mientras me voy acercando a la puerta para bajar, él duerme...
Comienzo a caminar hacia las escaleras y tengo que frenar mi marcha cuatro escalones antes de llegar a la calle, el sol lastima mis ojos. Me siento, acomodo el arranca vergüenza y él duerme...
Duerme, siempre duerme. Le acaricio la cara, y de pronto se despierta.
-¿Cómo estas, Iván? Hoy nos fue bastante bien, sacamos tantas monedas como un puñado con el arranca vergüenza, cada vez anda mejor. Se ve que la vergüenza sobra, la vergüenza de saber que en cierta forma, yo soy inocente y ellos, los culpables de que esté acá y de saber que nadie hizo nada para remediarlo. La vergüenza de saber que estoy un poco peor que ellos y eso los hace sentir un poco mejor; la vergüenza de saber fehacientemente que a la larga, estamos todos en la misma. Pero ellos quieren sentirse distintos.
Ahora, entendés por qué a mis estampitas les puse arranca vergüenza. Es simple, vos agarrás, caminás y cuando sacás el arranca vergüenza... Pero qué te voy a contar, si mamá está embarazada otra vez, y para cuando tengas mi edad, vas a tener otro Iván en brazos, y vas a inventar tu propio arranca vergüenza.

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